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    Fantasmas Del Ático

    martes, 12 de abril de 2011

    Kiss Me (VI)

    Eran las cinco menos diez y ¡tenía todo por preparar! La cama estaba oculta bajo una manta de ropa, maquillaje, orquillas… la bolsa que tenía que llevarme estaba vacía y Lucan estaba, en teoría, a punto de llegar. La mesa del escritorio podía definirse como decente si no fuese por la tableta de chocolate y el vaso de Coca Cola que había en ella. Llamaron a la puerta. Salí de la habitación descalza, sin parar la música, corriendo escaleras abajo. Ya me le imaginaba alto, perfecto, delante de mi puerta. Cuando abrí, ninguna imagen que se hubiese formado con anterioridad en mi mente había hecho justicia a su imagen. Llevaba unos vaqueros negros italianos, una camisa blanca que hacía contraste con su tez morena, con un par de botones desabrochados que para mi desgracia, dejaban demasiada abierta la puerta a mi imaginación, y el pelo revuelto, descuidado. Estuve a punto de suspirar. Pero solo a punto.

    -         Llegas pronto – le dije.
    -         Tienes razón. Tendría que haberme retrasado. Las personas importantes siempre llegan tarde.
    -         Tú no eres importante.
    -         Vaya que no. ¿Has invitado hoy a alguien más?
    -         No
    -         ¿Has invitado a algún chico alguna vez?
    -         No – admití a regañadientes.
    -         Pues tú misma me acabas de dar la razón. Soy importante. – sonrió triunfante - ¿Nos vamos?
    -         Em… todavía me quedan como diez minutos.
    -         Genial. Pues nada, cuando salgas te informo de la comodidad de tus escaleras y de la calidad de los rayos del sol.
    -         Sería todo un detalle, pero no tengo prisa. Si te hace ilusión puedes hacerlo otro día. Pasa.
    -         Espera, ¿quién eres tú?
    -         ¿Cómo?
    -         Tú no eres la Tess de siempre. ¿Qué ha pasado con el obseso sexual?
    -         ¡Ah! No sé. Supongo que te lo habrás olvidado en casa. – dije como si esa frase tuviese algún sentido – Venga, que tengo prisa.

    Subimos. A cada escalón estaba un poquito más nerviosa. Desde que había cambiado la habitación ningún chico había estado en mi casa.

    ******

    ¿Qué me lo había olvidado en casa? Esa chica tenía un problema de imaginación.

    La sensación  de estar en su casa era… extraña. Cuando terminamos de recorrer el pasillo verde pistacho dejando atrás un jarrón de bambú tan verde como las paredes, llegamos a su habitación. La mitad era muy oscura. La pared estaba vestida con un par de cuadros de Victoria Francés y varios dibujos de diferentes personajes hechos con carboncillo. Me recordaron a los que tenía en la agenda y en su cuaderno, así que supuse que los había hecho ella. Como contraste con la pared casi negra, la otra mitad de la habitación era naranja. Un naranja muy clarito. En medio de aquella pálida pared había un dibujo gigantesco pintado en ella. Era el personaje de una seria anime, pero no supe identificar cual. Las cortinas que cubrían un ventanal que daba a la terraza, eran multicolor, a juego con el edredón. Una de las paredes claritas estaba prácticamente cubierta por estanterías repletas de libros. Lo único discreto lo formaban la mesa, el ordenador y la minicadena, junto con una columna de discos originales.

    -         Qué colorido es todo, ¿no?
    -         Herencia de mis padres y de la casa. – dijo sin darle importancia.
    -         ¿Me estás diciendo que toda la casa está pintada de colores?
    -         Claro. Mi habitación, naranja melocotón y morado berenjena. El pasillo verde pistacho, las escaleras y el despacho amarillo limón, la habitación de mis padres tiene el color chocolate mezclado con el gris, la habitación de mi hermana es rosa chicle y el salón y los baños son de color salmón.
    -         Oye, ¿tienes hambre?
    -          No, ¿por qué? – dijo extrañada  - Qué pasa, ¿Qué no has escuchado nada de lo que te he dicho?
    -         Sí. Todo. Por eso te lo digo. ¡Relacionas todos los colores con comida!
    -         Ahora que lo dices… tienes razón. –dijo tras meditarlo un momento.

    Nos reímos. Comenzó a meter cosas en una bolsa sin parar y un buen rato después, conseguimos salir de la casa después de que volviese hasta cuatro veces a su habitación porque siempre se le olvidaba algo.

    -         Un día de estos perderé la cabeza y no me daré ni cuenta.
    -         Nalla, el papel de jinete sin cabeza ya está cogido. Y el de bailarina sin cabeza no llama demasiado la atención. ¿Qué haría un bailarín sin su sonrisa?
    -         ¿Y tú que sabes de baile?
    -         Bastante. Mi hermana está en una academia de esas carísimas en Noruega.
    -         Pues no esperes nada de mí. No soy nada del otro mundo.
    -         Eso ya lo veremos. No juzgues una película antes de verla.

    Tomé dirección centro para coger un bus que nos llevase hasta nuestro destino, pero me sorprendí al ver que Tess no me seguía.

    -         ¿A qué estas esperando?
    -         ¿Has aparcado el coche tan lejos? Si tenías por aquí muchísimo espacio.
    -         ¿Mi coche? He venido en bus.
    -         ¿Por qué? – me pareció que si no estaba enfadada, al menos sí estaba molesta.
    -         ¿Cómo que por qué? ¿Ya no te acuerdas de la que me liaste la última vez?
    -         La última vez fue diferente.
    -         A mí me parece exactamente igual.

    No sé qué había de malo en esas palabras, pero automáticamente sus ojos, que momentos antes habían estado llenos de luz, de pronto estaban como sin vida. Luego su expresión pasó a algo pareciado al enfado.

    -         Sí claro, exactamente igual. Solo con la pequeña diferencia de que hoy es domingo y los buses son casi inexistentes.
    -         Pues nada, date prisa que entonces llegamos tarde seguro.
    -         No quiero ir andando. – susurró.

    Aún así, escuché sus palabras y la conteste:

    -         Pues nada, si no quieres andar puedes ir en tu caballo que yo voy andando.
    -         ¿En mi caballo? Yo no tengo caballo.
    -         Claro que sí Nalla. El del jinete sin cabeza, ¿te acuerdas?
    -         Bueno, eso ya lo veremos.

    Se dio media vuelta de regreso a casa, pero en vez de ir a la entrada, fue hacia la puerta del garaje. ¿Qué se proponía?


    Porque en el fondo sí
    existía ese caballo. Para ella, para él.
    Lástima que la vida real no sea un cuento de hadas.



    Princess_of_Hell

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