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    Fantasmas Del Ático

    miércoles, 30 de marzo de 2011

    El eco de los Besos

    La luz del día atraviesa las cortinas blancas de la habitación, convirtiendo el negro de la noche en el morado que en realidad cubre las paredes. La cama está hecha. Los tonos lila, berenjena y marfil se entremezclan sin miedo dibujando formas extrañas y enigmáticas en el edredón. Toda la casa está en completo silencio. Hace mucho que sus paredes no escuchan una risa. El calendario afirma que hoy es el peor día de la semana, sábado. El día en el que nadie se acuerda de mí, en el que no tengo nada que hacer y el día en el que los parques están atestados de personas felices. De sonrisas que me hacen daño a la vista. Mi plan es el de siempre. Estaré todo el día tumbada, mirando al techo, al lado de aquel teléfono antiguo que compré por la estúpida razón de que me recordaba a ti.
    Cierro los ojos y te imagino. Podría creerme que es verdad que estás conmigo, que te tumbas a mi lado. Ya puedo sentir como cede la cama bajo el peso de tu cuerpo, como escucho el sonido acompasado de tu respiración, como te acercas a mí y me acaricias con suavidad. Puedo sentir como me retiras ese mechón rebelde de pelo negro que siempre tiene la posición exacta para hacer que lo mires con cara de enfado y luego lo retires triunfante. Te acercas, rozas mis labios con los tuyos. Sabes a tabaco y a hierbabuena. Como siempre. Por un momento soy feliz, tengo ganas de sonreír, pero cuando levanto la mano para tocarte, solo encuentro nada. Sí, nada. Sigo sola en aquella habitación olvidada. Me rozo los labios con los dedos, porque aunque tú no estés, sigo conservando y recordando esa mezcla de sabores. Porque…

    Aunque los besos se diluyan con el tiempo, su eco persiste.



    Princess_of_Hell

    martes, 29 de marzo de 2011

    Trece Tulipanes para Ti

    Eran las seis de la mañana. Estaba en aquel pasillo oscuro de aquel familiar edificio. No me gustaba pedir favores, y menos si eran en repetidas ocasiones. En este caso, era la segunda. La batalla contra esos chucos malolientes había finalizado cerca de su casa y como estaba cansado, débil y cubierto de sangre, cuando los rayos del alba comenzaron a aparecer amenazantes en el horizonte, tuve que rendirme ante mi orgullo e ir  buscarla de nuevo.
    Cuando abrió la puerta medio dormida, llegué a la conclusión de que era un estúpido. ¿Cómo se me había ocurrido una idea tan…? Estaba seguro de que cerraría la puerta aterrada. Pero no.
    -         ¿Qué haces aquí?
    Tenía la mirada suspicaz, pero me sorprendió diciendo:
    -         Pasa, que parece que estas a punto de caerte al suelo.
    -         Gracias – musité.
    Cuando cerró la puerta, sin decir nada, se aseguró de cerrar bien todas las persianas, fue al baño, escuché el sonido del agua al caer y salió con una toalla en la mano.
    -         El baño es todo tuyo. Tómate tu tiempo – sonrió.
    Ni una pregunta, ni una explicación, ni un grito, ni una mirada de asco, ni de miedo. De pronto me sentí de verdad muy agradecido y también, desconcertado.
    -         ¿Por qué haces esto? ¿Por qué no me echas? ¿Por qué me ayudas?
    Se encogió de hombros.
    -         No sé. ¿Por qué has venido?
    Buena pregunta. No tenía respuesta. La contemplé allí, con la toalla en la mano. La había echado de menos. Hacía un mes desde que la había encontrado y…  utilizado. Qué bonita realidad. Era guapísima, y aquella noche me alimenté de ella y pasé la noche en su cama sin pedir permiso. Sólo había quedado un detalle importante sin resolver. Inconscientemente había vuelto a buscarla. La había cogido cariño. Puag. Cariño a la comida… pero es que tenía algo especial. Pero eso no tenía intención de decírselo.
    -         He preguntado yo primero – contraataqué.
    -         Bueno… supongo que fue amor al primer mordisco. – me guiñó un ojo, me lanzó la toalla y desapareció en la cocina.
    Imposible. No debería recordar nada de eso. Cansado y sucio, decidí ocuparme de eso después del baño. Al poco tiempo, volvió a aparecer sonriente por la puerta con un chándal.
    -         Ponte esto. Creo que te valdrá.
    Cogió mi ropa ensangrentada y se la llevó. Seguía siendo todo un misterio su actitud. Cerré los ojos. Se me ocurrió una idea. Me concentré en ella, en su cuerpo, en el ruido de sus pies descalzos al andar. Estaba en la cocina. Hice aparecer un tulipán rojo delante de ella. Al poco tiempo, se desplazó al salón. Apareció un tulipán rojo en el sofá. Sentí como iba a la habitación. Dos tulipanes más aparecieron sobre la cama. Y el juego duró hasta el tulipán número trece. Entonces me regaló una imagen más de su perfecta figura. Se había cambiado de ropa y traía los tulipanes en la mano formando un ramo.
    -         ¿Se puede saber qué haces? No quiero convertir mi casa en una floristería.
    Me eché a reír. Con  naturalidad, sin esconder los colmillos.
    -         Vaya lo siento. Mientras que te regalo la flor del amor eterno, ¿tú piensas en negocios? ¡Qué materialistas sois en el siglo XXI!
    -         Gracias. Pero basta. Una flor está bien, pero trece... ya me ha quedado claro que los trucos de magia se te dan muy bien.
    Se fue. Me apresuré en vestirme para ir a buscarla. La encontré llenando un jarrón de agua. Más tarde, colocó cuidadosamente los tulipanes en él, y lo puso en medio de la mesa del salón.
    -         Eres una mentirosa. Si no te gustasen los tulipanes no te tomarías tantas molestias.
    -         Ya, pero eso no es de tu incumbencia. Además, todavía no me has contestado.
    -         ¿A qué?
    -         ¿Por qué has venido aquí?
    -         Necesitaba librarme del sol.
    -         ¿Y cuándo te vas a ir? – dijo con un pequeño tono de impotencia escondido.
    -         En cuanto se vaya el sol.
    -         Vale… pues… no sé… ¿qué quieres hacer el resto del día?
    Me quedé pensativo. Se me ocurrió un plan perfecto. Sonreí y la pregunté:
    -         ¿De verdad quieres saberlo?
    -         Sí, claro. Sino no te hubiese preguntado.
    -         Quiero hacerte el amor.



    Princess_of_Hell

    miércoles, 23 de marzo de 2011

    6 - Sin Finales Bonitos

    Continuación de la historia de un "Fin de semana de Buceo". Capítulo anterior:




    Aquella tarde, cuando llegué al apartamento, me dejé caer en la cama. Habíamos llegado a puerto, recogido todo el equipo y el restaurante había comenzado a dar vueltas a mí alrededor por culpa de la siesta en el barco. Diez escasos minutos después, sonó mi móvil. Mi padre ya estaba dormido. Era Stefan.

    -         ¿Bajas un rato a la piscina?
    -         ¿Estás loco? Planeas matarme de cansancio, seguro.
    -         Vaya, me has pillado.
    -         Estoy medio dormida.
    -         No seas niña. Solo has hecho una inmersión, asique levántate y en dos minutos nos vemos.

    Con una coleta descuidada, un vestido blanco y una toalla dos veces más grande que yo, llegué al recinto cerrado y vacío donde estaba la piscina.

    -         No hay nadie.
    -         Ya, mejor, porque me debes unas cuantas. – dijo mientras sonreía.

    Abracé la toalla con fuerza, como si fuese un escudo de protección, pero no me sirvió de nada, porque cuando se acercó a mí, la toalla desapareció de mi vista y estaba camino del agua. Un teléfono comenzó a sonar, pero segundos después dejé de escucharlo. Otra vez silencio, frío, falta de oxígeno. Cuando salí a la superficie, vi a Stefan con el móvil en la mano y con cara de circunstancia.

    -         Tengo que cogerlo. En un momento estoy contigo.

    No quería escuchar la conversación, no me interesaba, pero me pareció escuchar que decía “Chu” en algún momento. No podía ser… aunque estaba cansada, me negaba a quedarme allí sin hacer nada. Comencé a nadar a crol. Un largo detrás de otro. Sin parar. Sin contemplaciones. Llegó un momento en el que solo era consciente de los chillidos silenciosos que producían mis brazos. Solo cuando mi cuerpo no dio más de si, paré. Stefan estaba sentado en el borde de la piscina mirándome.

    -         Tienes un buen estilo.
    -         Gracias.

    Quedaba en evidencia que estaba incómodo, que algo había cambiado. Salí del agua, me sequé la cara y cogí el vestido.

    -         Veo que no estas de humor, asique me voy a dormir.

    Ni una sonrisa. Ni una mirada. Ninguna señal de que recordase todos esos besos que hacía minutos tenía escritos en la mirada. Desconcertada, comencé a alejarme de él mientras una película dramática comenzaba a formarse en mi cabeza.

    -         Cassi – me di la vuelta - ¿cenarías conmigo esta noche?
    -         No sé…
    -         Por favor, déjame que te invite a cenar.
    -         mmm… Bueno vale.
    -         Bien – sonrió y añadió – Ponte guapa. Que duermas bien.

    Llegué a la habitación de puro milagro y aproveche el último momento de lucidez que me quedaba para acordarme de poner la alarma a las ocho y media.
    Horas más tarde, después de haberme duchado, peinado y pintado, estaba delante de aquel vestido negro sin saber qué hacer con él. Lo había metido en la maleta para poder estrenarlo, pero después de lo que había pasado no sabía si era lo más adecuado. Me miré al espejo y decidí que daba igual. Que para bien o para mal me lo pondría. Porque me sentaba bien, porque necesitaba sentirme guapa y segura de mí misma. Algo me decía que esa noche no tendría un final bonito.
    A las nueve y media, cuando llegué al banco de siempre y observé su cara de asombro, supe que había acertado. El vestido negro, de palabra de honor, hasta el suelo, quedaba perfecto con los zapatos de ante, un recogido sencillo y aquel medallón de plata que me había traído y regalado después de sus vacaciones en México.
    Descubrimos un restaurante pequeño, íntimo, al lado de la playa. Las mesas eran de madera, en las esquinas de la terraza había antorchas encendidas y la música clásica inundaba el ambiente con violines y contrabajos. La luna se miraba en el reflejo que le proporcionaba el mar teñido de negro. Casi no habíamos hablado, ya que yo no tenía nada que decir, y él parecía otra persona. Al final, hice un esfuerzo para entablar alguna conversación.

    -         ¿Qué tal te ha ido la segunda inmersión? Que al final no me has contado nada, mi padre me ha comentado que la visibilidad dejaba mucho que desear.
    -         Sí, la verdad es que no se veía demasiado, pero nos hemos encontrado un pulpo y tu padre se ha puesto a jugar con él.

    Un camarero muy agradable nos trajo la comida.

    -         Me acuerdo de una vez, que me perdí y me quedé al lado de un hombre. Nos encontramos un pulpo, intentó sacarlo de la cueva y… ¡le arrancó una pata!
    -         Qué bruto.

    Su tono de voz era ausente, sin interés. Cansada de su actitud opte por preguntarle directamente.

    -         ¿Quién te ha llamado antes por teléfono?
    -         Nadie importante. ¿Te gusta la comida? – dijo intentando cambiar de tema.
    -         Era Sofía, ¿verdad?
    -         Yo… bueno… hemos decidido darnos otra oportunidad.
    -         Odio que me mientas.

    Me levanté, me di la vuelta, pero antes de marcharme me dijo:

    -         No hemos terminado de cenar.
    -         Tú no, pero yo sí que he terminado de cenar contigo.

    Me fui. Acabé en la playa, paseando descalza por la orilla. No tenía prisa, la noche era muy larga. Una lágrima que comenzó a resbalar por mi mejilla delató mi frustración y mi rabia. ¿Por qué tenía que ser tan ilusa? Había tenido suficiente. Después de cinco años ya era hora de aprender la lección. No volvería a mentirme. No le dejaría. Me consolaba saber que esa determinación duraría un largo periodo de tiempo. Miré al horizonte sin ver nada. Me quité el medallón. Pase la punta de los dedos por aquel grabado maya que tanto me gustaba. Era un recuerdo de algo pasado. Lo lancé al mar, donde quedaría olvidado. Llegué a la conclusión de que no se podían forzar las cosas. Que sería una relación destinada al fracaso, en la que nunca podría ser feliz… y que no merecía la pena luchar ni desear algo así.

    FIN


    Princess_of_Hell

    domingo, 20 de marzo de 2011

    Historia de un Papel



    Sentía cómo me trituraban, me fragmentaban en millones de trocitos de papel y perdía parte de mí por el camino. No sabía que estaba pasando. En el trayecto me acompañaban miles de papeles de otros lugares y con  otras vidas. Al final de lo que había parecido el purgatorio, nos fusionaron a todos en uno solo. Entonces, nacimos de nuevo.

    Ahora soy un papel reciclado con una nueva vida y millones de recuerdos que antes no tenía. Es curioso. Parece mentira, pero vivimos en una sociedad muy parecida a la de los humanos. Todos nacemos del mismo lugar, con la misma materia prima, pero a lo largo de nuestra existencia, cada uno tiene vidas muy distintas. Creo que juntando todas las memorias, podré convertirlas en una sola haciéndome así, una idea general de todo ese mundo hasta ahora desconocido. Estamos predestinados a realizar una función en concreto, condicionados a formar parte de una clase social.
    Algunos somos muy longevos y desempeñamos funciones importantes, como formar parte de la Constitución. Otros, aunque no lleguemos a tener tanto prestigio, tampoco nos quedamos atrás, estando así, entre las páginas de una gran tesis científica o de un buen cuaderno de física cuántica. Pero otros, por desgracia, no son tan afortunados. Son el papel de cocina o el papel higiénico. Lo siento, pero no quiero profundizar en el tema. Los recuerdos que obtengo son bastante desagradables.
    Tengo imágenes del cielo, de flores o de grandes y lujosos escenarios. Es que algunos, somos pilotos, formando así, aviones de papel. Otros, aficionados a la papiroflexia, son jardineros, constituyendo flores preciosas, entre ellas las rosas. Y otros, son artistas. Pueden convertirse en trabajos manuales, o pueden ser el diálogo de grandes películas y obras de teatro.
    Y como no podía ser de otra manera, también he descubierto que tenemos creencias religiosas. Al principio pensaba que era normal creer en la reencarnación, pero por lo que veo en los recuerdos de los demás, no era tan obvio. No entiendo por qué, si al final nos hemos reencarnado en algo nuevo.
    Es increíble la gran cantidad de cosas que podría contar. Algo curioso, es la sensación que se tiene cuando nos escriben. Es difícil describir qué se siente. Por un lado, nos es incómodo porque es como si profanasen nuestro cuerpo. Por otro lado, es una gran satisfacción saber que tenemos una misión en el mundo. Mientras el bolígrafo se desliza sobre nuestra tez blanca, dejando a su paso la tinta de diferentes colores, nos recorre una sensación de cosquilleo.

    Me cuesta seguir el hilo de mis pensamientos. Algo me está causando dolor. Me acaban de agujerear e introducir en una funda de plástico junto con muchos más como yo. Supongo que mi nueva vida consistirá en formar parte de un archivador de alguna persona ecológica.


    Princess_of_Hell

    No a las Celebraciones.

    No me gustan las celebraciones. Las odio. No sirven para nada. De hecho, he prometido que no asisteré a mi funeral.

                                                                                                          (Por cortesía del profesor de historia)


    Princess_of_Hell

    miércoles, 16 de marzo de 2011

    Inconvenientes de un mal estudio de la Historia

    Estaba cansada de historia, de Fernando VII y del Trienio Liberal.  La ventana de mi cuarto me ofrecía una vista espectacular del bosque que rodeaba la casa. A mis padres no se les había ocurrido otra cosa que pasar tres días, los del puente de mayo, en la sierra, justo cuando el martes tenía examen de tres temas de historia. Concentrarse era imposible. Al sol todavía le quedaba dos horas para desaparecer. Me levanté, abrí la ventana y deje que aquel aire limpio, con olor a pino inundase la habitación. Miré al horizonte ensimismada. Unos minutos después me pareció ver algo. Intenté enfocar la imagen, pero estaba demasiado lejos. Daba la sensación de que los árboles se estaban cayendo de forma sucesiva y periódica. Mis padres siempre me habían dicho que era muy curiosa. Tenían razón. Me puse unas botas de montaña, volé escaleras abajo, salí de casa y me introduje en el bosque.  Comencé a correr pero poco tiempo después un zorro me cerró el paso distrayéndome… tenía la mirada inteligente.
    -         ¿A dónde te crees que vas?- preguntó. Haciendo caso omiso al animal intenté evitarle – He hecho una pregunta. – insistió consiguiendo que me enfadara.
    -         Tengo prisa, asique déjame pasar.
    -         Si vienes conmigo te lo pasarás mucho mejor.
    Suspiré malhumorada. Me estaba haciendo perder el tiempo.
    -         No me interesa. Gracias. – dije secamente.
    Le di la espalda y comencé a correr de nuevo.
    -         Te matarán. – sentenció el zorro antes de desaparecer.
    No había sido una advertencia, ni una suposición, sino una afirmación. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, pero algo hizo que siguiese hacia delante. Al poco tiempo se comenzaron a escuchar sonidos extraños. Parecían espadas. Pero eso era imposible. O al menos eso creía. Cuando llegué al claro, me quedé paralizada. Ante mí se extendía miles de conejos vestidos. Algunos luchaban, otros cavaban, otros forjaban y otros, que eran los conejos más grandes que había visto en mi vida, eran los que se encargaban de derribar los árboles. Parecían… ¿agresivos? ¿Adorables? Era difícil clasificar con un solo adjetivo algo así.
    -         Perdone señorita, pero no puede estar aquí.
    A mi derecha había un conejo con un traje antiguo, gafas y una pluma en la mano.
    -         ¿Cómo? ¿Sois franceses? – pregunte sorprendida ante el acento tan marcado que tenía.
    -         Oui. – contestó.
    -         ¿Qué hacéis aquí? – la curiosidad una vez más, tomó el mando.
    -         Nos conocen como los Cien Mil Hijos de San Luis. Pero aquí nuestros hombres suman ciento cuarenta mil. – explicó orgulloso.
    -         ¿Pero ese gran ejército no es del siglo XIX? – pregunté una vez más desconcertada. ¡Si lo estaba estudiando para el examen!
    -         Claro. Venimos para instaurar el absolutismo.
    No daba crédito a lo que estaba oyendo. Aquel conejo debía de estar loco.
    -         Señor, estamos en el siglo XXI y vivimos una democracia.
    No sé qué pasó, pero el pelo que antes era blanco… ¡Estaba rojo! Como si estuviesen conectados, todos los conejos se tiñeron de rojo y me miraron fijamente. Las palabras del zorro resonaron en mi mente. Justo en el momento en el que pensaba que me iba a convertir en comida para conejo, millones de águilas aparecieron en el cielo. Alguien gritó:
    -         ¡Los liberales!
    Y todo se volvió del revés, quedando olvidada en medio de una guerra que no era mía. Algo tiró de mi camiseta hacia atrás. Era un mapache. Llevaba una camiseta de Mago de Oz y una bandolera.
    -         Sígueme. – no me inspiraba ninguna confianza, pero era la mejor opción que tenía. – Bueno, pequeña saltamontes, ¿te gusta la música de la batalla? – en las batallas hasta el momento, que yo supiese, no había música. Aunque le contesté, pareció no escuchar, porque hizo una pregunta totalmente distinta - ¿Cómo te llamas? Bueno, da igual. Yo soy más importante. Soy Beethoven.
    Me salió del alma contestarle:
    -         Pero si Beethoven está muerto. – me fulminó con la mirada.
    -         Ya. Eso es lo que dice todo el mundo. Esperaba que fueses más inteligente. – nos acercamos a una cascada – Pero ya veo que no. No estoy muerto. Lo que pasó es que un brujo desagradable me convirtió en un mapache inmortal. En fin, no me sirves para nada.
    Extendió el brazo hacia mí, puso mirada de loco, una sonrisa malvada y me empujó al río. Mientras me caía por la cascada, pude escuchar su risa en la lejanía.
    -         ¡Juas, juas, juas!
    Caí al agua fría, que estaba inexplicablemente salada. Me faltaba el aire y en el fondo sabía que no iba a poder llegar a la superficie a tiempo. De pronto, algo me cogió la parte de atrás de la camiseta y me llevó a la orilla. Cuando conseguí dejar de toser, miré a mi salvador. Cuan fue mi sorpresa al encontrarme mirando una morsa rosa con un flequillo rubio teñido. En medio de esa absurda situación, sólo se me ocurrió formular una pregunta igual de absurda.
    -         ¿Por qué te tiñes el pelo?
    -         Es que mi color natural no era lo suficientemente cool. – contestó para mi sorpresa. Descubrí que era un chico.
    -         ¿Y qué haces aquí en vez de en el polo norte?
    -         Es que me echaron por ser mejor que ellos. – dijo mientras hacía un movimiento de cabeza y el flequillo se movía con él – No es culpa mía ser tan perfecto. ¿Te gusta mi perfil? – le miré con los ojos como platos.
    -         Si claro… em… es tan perfecto como el resto. Gracias, encantada, pero tengo que irme.
    Y salí corriendo. No sé de donde salió, pero sin darme un respiro apareció una tortuga corriendo a mi lado. Estaba de pie, era rubia, bueno, más bien rubio, y tenía una pesa en la mano, pata, o lo que sea que tienen las tortugas.
    -         Venga, corre, corre, corre más rápido. No, no, vas demasiado despacio. Eres una fracasa peluda.
    Me estaba poniendo de los nervios.
    -         ¡Para de una vez! Nadie te ha dicho que corras conmigo.
    -         ¿Sabes que las proteínas son muy buenas? Deberías tomar más hidratos de carbono, estas muy delgada. Antes de correr siempre me como un brazo de gitano, ¿y tú? ¿Ingieres algo?
    Me paré en seco. La tortuga siguió corriendo y antes de perderla de vista grito:
    -         Fracasada, ¡estudia historia!
    Desconcertada, miré al árbol de al lado. En una de sus ramas, había una lechuza blanca que lucía unas gafas azules preciosas de forma rectangular. Me estaba observando. Después de haberme encontrado a tantos personajillos extraños, no sabía que esperar de ella. Alzó el vuelo y cuando pasó por mi lado me dijo al oído.
    -         ¡Despierta!
    Me desperté tumbada encima del libro bastante alterada. Miré por la ventana. Estaba cerrada. Había anochecido. Todo había sido un sueño.

    Princess_of_Hell

    sábado, 12 de marzo de 2011

    Love History: Romeo and Juliet

    Historia de amor
    Los dos éramos jóvenes cuando te vi por primera vez
    Cierro mis ojos
    Y los flashback empiezan
    Estoy esperando aquí
    En un balcón con el aire de verano


    Veo las luces
    Veo la fiesta
    Todos los globos
    Te veo andar através de la gente
    Dices hola
    No sabia...


    Que tú eras Romeo el que tiraba piedras a mi ventana
    Y mi padre te decía que te alejaras de Julieta
    Y yo lloraba en las escaleras
    suplicando que no te fueses, y dije


    Romeo llévame a algún sitio donde podamos estar solos
    Estaré esperando todo lo que tienes que hacer es correr
    Tú serás el principe y yo sere la princesa
    Es una historia de amor, cariño solo di que si


    Asi que pasaré por el jardín para verte
    Nos quedamos callados porque estamos muertos si ellos se enteran
    Asi que cierra los ojos
    Mantengamos el secreto más tiempo


    Porque tú, tú eras Romeo y yo la carta de amor
    Y mi padre te decia mantente alejado de Julieta
    Pero tú lo eras todo para mí
    Y yo te suplicaba que no te fueras y decía


    Romeo llévame a algún sitio donde podamos estar solos
    Estaré esperando, todo lo que tienes que hacer es correr
    Tu serás el principe y yo sere la princesa
    Es una historia de amor, cariño solo di que si


    Romeo sálvame, intentan decirme cómo me tengo que sentir
    Este amor es dificil, pero es real
    No tengas miedo
    Vamos a dejar fuera esta locura
    Es una historia de amor solo di que si, oh,


    Estoy cansada de esperar
    Preguntándome si vendras por aqui
    Mi fe por ti va cayendo
    Cuando te conocí en las afueras de la ciudad dije


    Romeo sálvame, me estoy quedando sola
    Te sigo esperando pero nunca vienes
    Esta en mi cabeza, y no se que pensar
    Él se arrodillo en el suelo y saco un anillo


    Y dijo


    Cásate conmigo Julieta nunca tendras que estar sola
    Te quiero y eso es todo lo que importa
    Ve con tu padre y elige un vestido blanco
    Es una historia de amor solo di si


    Oh, oh, oh


    Oh, oh, oh


    Porque los dos eramos jóvenes cuando nos vimos por primera vez



    Princess_of_Hell

    jueves, 10 de marzo de 2011

    Carta de Julieta

    Querido Romeo:
    No puedo dejar de pensar en ti, en mí, en nosotros, en lo que tenemos, en lo que hemos tenido, en lo que nos queda por tener y en lo que nunca tendremos.
    El ser humano, como imperfecto que es, comete fallos, algunos simples y otros, complicados. Tengo la seguridad de que si fuésemos los personajes de otra obra históricamente famosa, como la de Don Juan Tenorio, yo representaría ese personaje, ya que al final está a punto de ir al infierno, y en el fondo es donde debería ir, pues es de donde pertenezco. En cambio tú, serías Inés, el personaje que cuando fallece son los ángeles los que la dan la bienvenida. ¿Sabes por qué? Porque eres un cielo. Porque eres el que quiere de verdad, sin mentiras, sin engaños, con sinceridad. Fuiste tú, cuando llegaste a mi vida, el que me hiciste vislumbrar y llegar más o menos a conocer ese cielo. Ese mundo perfecto en el que todo el mundo quiere estar. Me encontraste y me llevaste contigo sin importante lo impura que era, lo teñida de negro que estaba mi alma. Hiciste que pasara los meses más maravillosos de mi  existencia. Nunca he sido tan feliz con alguien a mi lado que no fueses tú.
    Como siempre suele pasar, no supe valorar lo que había encontrado. Me dejé llevar, te di de lado, y sin nadie iluminándome el camino correcto cogí la peor opción de todas. Profané tu confianza. Entonces me empecé a plantear que no podía haber nadie tan perfecto. Que no podía ser la única que cometiese fallos. Y así, empecé a ver los tuyos. Tus defectos. Como es natural no me gustaron. Llegue a encontrar los suficientes como para poder dejar la relación. Para tener un motivo que se basase en algo sólido para poder separarme de ti. Aún así, era totalmente consciente de lo que había hecho. Me entró tanto miedo y tanta inseguridad que creí que lo mejor era volver al lugar donde me habías encontrado. Las sombras. Fue entonces, en medio del frío, de la falta de cariño, cuando supe qué fue exactamente lo que había perdido, lo que había dejado escapar y sobre todo, lo que no me había merecido… ¿Quién eres tú en mi vida? Hace poco encontré la respuesta. Mi ángel caído. Sí, un ángel caído del cielo, que me envolvía con sus alas y me hacía sentir una verdadera princesa de un cuento de hadas.
    Hace un par de semanas no cruzamos por la calle. Parece que todo ha vuelto a empezar. Incluso me atrevo a creer que se me ha dado una segunda oportunidad. Pero yo no quiero mentirte. No otra vez. Quiero ser tan buena como tú. Por eso dejé que averiguases la verdad. Una vez más tengo miedo. Uno de los motivos es que no quieras volver a mirarme con esos ojos color chocolate y con destellos verde esperanza. Pero lo que más miedo me da es que pongas en duda todo lo que te he dicho hasta ahora. Que te cuestiones todas esas declaraciones de amor que te hice entonces.
    Creo que el físico no es demasiado importante en esta vida, aunque influye, porque con los años se va perdiendo. A los ojos de los demás puede que no seas el ángel más hermoso del cielo, pero eso me da igual porque a mí me encantan tus rizos, tus labios, tus manos, esas que dan protección y transmiten dulzura. Me encanta apoyarme en tu pecho y sentir que todo va a ir bien aunque no sea verdad, que me digas “Te Quiero” al oído y me des la oportunidad de corresponderte. Me encanta cuando te emocionas por cosas muy simples, cuando te pones nervioso y no encuentras las palabras, me encanta la forma que tienes de conseguir que me desespere cuando te cuesta comenzar a contarme algo. También me encanta el compromiso que tienes con los que consideras tus amigos, cómo te esfuerzas en expresar lo que sientes si una persona te importa, cómo sigues tus gustos sin pensar en qué pensarán los demás, cómo los mantienes aunque te diga que a mí no me gustan y cómo puedo hablar de casi cualquier cosa contigo.
    He hecho cosas mal, sí. No sé si me darás una segunda oportunidad o no, pero lo que sí me gustaría que nunca pusieses en duda, es que todo lo que te escribo en esta carta es verdad. ¿Qué me queda mucho que decir y que explicar? Puede, no te lo voy a negar.

    Con cariño Julieta


    Princess_of_Hell

    viernes, 4 de marzo de 2011

    Kiss Me (IV)

    El edificio era uno de los más lujosos de la cuidad. El teatro tenía un enorme escenario con millones de luces que permitían increíbles efectos especiales, sobro todo, al final de la representación, cuando aparecieron los espíritus y los protagonistas desaparecieron entre la niebla.
    Al principio, cuando me senté en una butaca dos veces más grande que yo, muy cómoda,  de terciopelo rojo, pensé que las entradas debían de haber sido carísimas.
    -         ¿Desde cuándo tienes tanto dinero como para permitirte una cosa así? – pregunté.
    -         ¿Desde cuándo se dice el precio de un regalo? – contraatacó enfadado.
    -         ¿Todavía sigues de mal humor?
    -         No. Es una ilusión. Es que uno de mis hobbies es estar más de una hora de pie, enlatado entre dos señoras como si fuese una sardina, al borde de la lipotimia, en vez de poder ir cómodamente en mi coche con el aire acondicionado.
    No tuve tiempo para contestarle porque las luces se apagaron y el escenario se llenó de actividad. Cuando el actor comenzó a recitar la declaración de amor más representativa de la obra, Lucan se inclinó hasta que sus labios rozaron mi oreja, para susurrarme esos versos de forma íntima, mientras sus dedos se entrelazaban entre los míos. Su voz se apago con demasiada prontitud y minutos después fui consciente del contacto físico. Le solté la mano y me encogí en el asiento sin poder evitarlo.
    La obra terminó, salimos a la calle y descubrimos que había anochecido, asique en vez de dar un paseo decidimos entrar en el local de enfrente. El ambiente del lugar tenía un aire muy bohemio. Las mesas no llegaban a los 50 centímetros de altura, el suelo estaba repleto de cojines donde las personas estaban sentadas o medio tumbadas. La música ambiente consistía en antiguos clásicos, el camarero tenía todo el pelo lleno de rastas, varias paredes estaban cubiertas con espejos y el té era la bebida predominante en todas las mesas ocupadas. Nos sentamos en un rincón algo apartado de los demás.
    -         Qué sitio más curioso. Me gusta. – comenté distraída mientras miraba la carta - ¿Vas a tomar té tu también?
    -         ¿Tengo cara de querer contaminar mi cuerpo? No suelo ingerir alimentos tóxicos.
    -         Mira que eres tonto. ¿No se supone que a los ingleses os gusta el té?
    -         ¿Y quién te ha dicho a ti que soy inglés? – dijo levantando una ceja – No recuerdo esa conversación.
    -         ¡Qué! ¿No eres de aquí?
    -         ¡Qué va! Yo no soy como todos esos ingleses aburridos.
    -         Ya lo he notado. – susurré.
    -         ¡Oh! Comentarios como ese son los que a veces rompen una relación.
    Nos reíos. Vino el camarero, le pedí un té de chocolate y seguimos hablando.
    -         Lo tuyo por el chocolate es obsesión.
    -         No me cambies de tema. ¿Dónde naciste?
    -         En Noruega.
    -         ¿En serio? No lo pareces por el físico.
    -         ¿En serio? ¿Y cómo se supone que es un noruego?
    Mis mejillas comenzaron a teñirse de rojo por segunda vez en ese día.
    -         No sé… ¿más pálidos y flacos? – dije para salir del paso.
    -         ¿Y cómo se supone que soy yo? – preguntó con segundas intenciones.
    -         Tu eres moreno y…bueno… pareces más un guardaespaldas que un palo de escoba.
    -         ¿Un palo de escoba? ¿Qué clase de comparación es esa? – una sonrisa sincera se dibujó en su cara, seguida de una carcajada – Creo que se te olvida un detalle Tess. Los vikingos son de por allí. Es lógico que ya que desciendo de ellos, tenga el mismo físico.
    La que no pudo evitar reírse en esa ocasión fui yo.
    -         ¡Claro! ¡Qué fallo! Eso lo explica todo. Tu físico, tu actitud arrogante, engreída, tu forma prehistórica de ligar, tu falta de modales y la imposibilidad de mantener la boca cerrada.
    -         Vale. Ya me ha quedado clara la imagen que tienes de mí.
    -         ¿Y qué es lo que más echas de menos? – intenté volver a una conversación medianamente normal.
    -         Pues – se quedó pensativo – un momento muy especial. Hay un día en el que el sol no sale. Me acuerdo de que cuando era pequeño, me asusté mucho. Pensé algo así como que era el fin del mundo. – sonrió – Es realmente impresionante.
    -         Tiene que ser bonito.
    -         Algún día, si quieres, puedo llevarte a Noruega conmigo.
    -         ¿De verdad? Cuando sea siempre de noche. Bueno, siempre no, sino ese día. – me hacía tanta ilusión la idea que me costaba encontrar palabras coherentes.
    -         Lo que tú quieras. Nos pasaremos toda la “noche” mirando las estrellas, entre otras cosas.
    -         ¿Qué otras cosas?
    -         No te hagas la tonta. No me digas que no has pensado en ello. Veinticuatro horas en la cama. – hizo una pausa, me miró de arriba a abajo y añadió – Claro que… como lleves una falda tan corta como la de hoy, no va ha hacer falta ni que te la quites, lo cual, estropearía el romanticismo, ¿no crees?
    Me levanté de un salto, enfadada y desilusionada.
    -         Que pasa, ¿Qué es imposible tener una conversación normal contigo? ¿No sabes pensar en otra cosa?
    Salí del bar con la intención de volver a mi casa y ocultarme bajo las sábanas. De pronto, escuché detrás:
    -         ¿Qué bus cogeremos?
    -         ¿¡Qué!? Yo me voy a casa.
    -         Ya, y yo contigo.
    -         ¿Tienes complejo de mero sin neuronas o qué?
    -         A veces. Pero hoy lo que quiero es recuperar el coche que he dejado en la puerta de tu casa. No sé si te acordaras.
    Cuando giramos una esquina y entramos en mi calle dijo:
    -         Lo siento.
    No habíamos hablado en todo el trayecto. Poco a poco se me había ido pasando el enfado, pero después de eso, desapareció cualquier sentimiento de rabia o ira.
    -         No pasa nada. Simplemente deberías pensar las cosas antes de decirlas.
    -         Soy demasiado espontáneo.
    -         ¿Volverás a quedar conmigo?
    No sé que me impulsó a decir eso. Puede que fuera la curiosidad, o puedo que el miedo a no verle más ya que las clases habían acabado.
    -         ¿Te mueres de ganas de volver a pasar un día conmigo? – asentí tímidamente – Pues que pena. Porque yo no. ¿De qué me sirve estar contigo si no puedo tocarte? Como la reacción que has tenido en el teatro, por ejemplo. Parece que te doy asco o algo.
    -         No me das asco. El problema soy yo. No me gusta el contacto físico con los chicos. intento evitarlo.
    -         ¿Por qué?
    -         Por una cosa que me pasó hace tiempo. Mira, yo lo he pasado muy mal, y en su día, alguien me dijo que dejase de pensar que siempre iba a ser yo esa chica especial. Que los tíos no cambian su forma de ser sólo porque yo piense que soy la excepción.
    -         Pero es que no te das cuenta de una cosa. Tú eres mi excepción.
    -         Tú no me quieres, me deseas. Y lo peor es que ni siquiera entiendes la diferencia.
    Su expresión se endureció, tensó la mandíbula y sus ojos se quedaron inexpresivos.
    -         No vuelvas a cuestionar lo que siento, porque no tienes ni idea.
    Se dio la vuelta, se montó en su coche y se fue dejándome de nuevo sola en medio de la calle, sin saber que pensar.


    Princess_of_Hell

    martes, 1 de marzo de 2011

    Infidelidades

    [No sé muy bien por qué los sueños a veces nos acaban mostrando aquello que nos negamos a ver. Sí, esto es solo un sueño hecho historia, pero que dice y admite más verdades de las que he dicho desde hace un par de meses]

    Era viernes y había quedado con él al día siguiente porque habíamos reservado una habitación en un hotel. Estaba muy ilusionada, ya que al fin y al cabo iba a ser mi primera vez.
    Estaba recogiendo la habitación cuando me encontré su cartera. Debía de habérsela dejado. Decidí que aunque no tuviésemos intención de vernos, me pasaría por su casa a devolvérsela, ya que me parecía la escusa perfecta para poder disfrutar de su compañía. Cogí el coche. Llegué a su casa. Llame a la puerta. Tardó tanto en abrir que pensé que no había nadie. Estaba despeinado.
    -         Cassi, no te esperaba. - Me dejó pasar. Parecía nervioso - ¿Qué haces aquí?
    Le enseñé la cartera.
    -         Te la olvidaste en casa.
    La cogió, la miró y me dijo.
    -         Gracias. Emm…voy un momento arriba para guardarla. Espérame aquí.
    Tenía una actitud… extraña. Estaba segura de que pasaba algo. Al poco tiempo de que hubiese desaparecido por las escaleras, comencé a escuchar algunos ruidos. Cansada de tanto misterio y cada vez más convencida de que ocultaba algo, subí. Cuando llegué a su habitación, me encontré con la peor imagen de mi vida. Su ex novia estaba en ropa interior encima de él mientras le besaba el cuello. La fantasía de cogerla del pelo, llevarla a la ventana y lanzarla a través de ella para luego escuchar el golpe contra el suelo, comenzó a formarse en mi mente. Era una posibilidad demasiado tentadora.
    -         Veo que os lo estáis pasando genial.
    Intenté mantener la tranquilidad.
    -         ¡Cassi!
    -         ¿Desde cuándo? – pregunté.
    -         Desde cuándo ¿qué?
    -         Desde cuando estás con ella.
    -         Yo…
    -         En la cama desde hoy. – contestó el cadáver en potencia por él.
    -         Cassi yo…
    -         No digas nada. – le interrumpí – No te atrevas a dirigirme la palabra.
    -         ¿Eso significa que he ganado? – pregunto la arpía ¿Había dicho proyecto de cadáver? Pues me he equivocado. Era chica muerta.
    -         Eso depende de lo que creas que hayas ganado.
    Me di la vuelta y abandoné la casa para refugiarme en el coche. Intenté relájame cuando me di cuenta de que estaba sujetando con tanta fuerza el volante que tenía los nudillos blancos. Sólo tenía ganas de agárrarme a una botella de alcohol y dormirme borracha en un mundo donde los tíos no existieran. Como no tenía intención de hacerlo en casa de mis padres, tomé la decisión de alquilar una habitación en el hostal que estaba al lado de casa.
    Como siempre, en el momento más oportuno, sonó el móvil. Activé el manos libres antes de cogerlo.
    -         ¿Qué quieres? – pregunté sin saludar.
    -         Nada, solo pensé que te gustaría saber que he puesto a tu perro a dieta.
    -         Matt, no tengo humor para bromas.
    -         Ya lo noto.
    -         ¿Qué quieres? – volví a preguntar.
    -         Ver si te puedes pasar por casa. Quiero enseñarte una cosa.
    Me quedé pensativa. Por un lado no tenía ganas de nada, pero por otro tampoco estaba dispuesta a cambiar mis planes por lo que había pasado.
    -         Voy a comprar un par de cosas y en 20 minutos ya estarás sufriendo mi presencia.
    -         Ok. Adiós.
    Fui a una gasolinera que me pillaba de paso. Entre directa al pasillo para mayores de 18. Al principio pensaba comprar solo una botella, pero acabé cogiendo dos. De camino a la caja, me hice con una tableta de chocolate negro y cuando fui a pagar… los vi. Todos esos paquetes de tabaco de diferentes colores y marcas. Esos que decían que mataban. Yo ya estaba muerta en cuanto al alma se refería, asique me pareció adecuado comenzar a matar mi cuerpo. No había fumado en mi vida, pero aquel día se me antojaba perfecto para empezar.
    Cuand adquirí todo lo que necesitaba, me acerqué a casa de Matt. Si en algún momento había creído que el día no podía ir a peor, es que era una ilusa. Nada más pasar al salón, me encontré con Elliot. Miré a Matt fulminándole con la mirada.
    -         ¿No se te olvido mencionar algo en la conversación?
    -         No. Te dije que quería enseñarte algo.
    -         Ya, pero él es alguien.
    -         Ups. Un pequeño fallo.
    -         A mí me parece más bien un detalle importante. En fin, ¿qué te trae por aquí Elliot?
    -         He venido a pasar el fin de semana. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos.
    -         Pues lo siento, pero justo hoy estoy ocupada.
    -         Cassi, si me dijiste que precisamente hoy no tenías nada que hacer. – dijo Matt.
    No sé que me pasó, pero esa frase hizo que las lágrimas acudiesen traicioneras a mis ojos. Con una de ellas recorriendo mi mejilla contesté.
    -         Ya… pero los planes cambian según las circunstancias.
    Me fui. Una vez en el coche, puse Versailles de forma que solo existiesen las notas de lo guitarra eléctrica y la voz del cantante.
    Llegué al hostal y cogí la mejor habitación, no por el tamaño ni por la comodidad, sino por la bañera hidromasaje que tenía. Deje la bolsa sobre la cama de matrimonio, me hice con el paquete de tabaco, un mechero y mientras me acostumbraba a ese extraño sabor, el mundo se me cayó encima. Busqué en el móvil Arch Enemy, le di al play, la voz gutural de la mujer llenaba la habitación y ni siquiera el sonido del agua al caer disminuía la intensidad de  la música. Coloqué una de las botellas que había comprado junto con el chocolate, al lado del grifo. Me quité toda la ropa que llevaba, que me sobraba, que me agobiaba, quedándome solo con la camiseta puesta. Alguien llamo a la puerta. Suspiré. Volvieron a llamar. Interrumpí la caída del agua. Llamaron una tercera vez con más insistencia. Al final decidí abrir la puerta. Por segunda vez en ese día, la imagen de Elliot apareció sobresaltándome. Sin esperar a que lo invitara a pasar, entró, cogió el móvil y lo apagó.
    -         ¿Qué haces aquí? – pregunté.
    -         Me has dejado antes preocupado.
    -         ¿Debería sentirme alagada? – cogí de nuevo el paquete de tabaco, encendí mi segundo cigarrillo y me acerqué a la ventana.
    -         ¿Desde cuándo fumas?
    -         Desde hoy.
    -         ¿Por qué? – tenía que admitir que sus ojos transmitían preocupación.
    -         ¿Y por qué no?
    -         Cassi, odias el humo. Desde siempre.
    -         Si no tienes intención de decirme para qué has venido, puedes irte.
    Suspiró.
    -         Veras, es obvio que te conozco lo suficiente como para saber que te ha pasado algo grave. Incluso me atrevería a añadir que él es el problema. Yo, bueno… no sé que habrá pasado, pero he venido a contarte por qué estoy aquí. A lo mejor te ayuda a ver que no es el fin del mundo. - Le miré con curiosidad – Lo he dejado con ella. – musitó.
    -         ¿Lo has dejado tú?
    -         Sí.
    -         Entonces me alegro. – me miró sorprendido – Se supone que su has roto tú esa fantasía que te traías de Death Note, es porque así lo has querido.
    -         Me enteré de que me puso los cuernos. Asique sí, lo he dejado, pero no precisamente por voluntad propia. No sé qué te habrá pasado a ti, pero no creo que sea peor. Seguro que se arreglará.
    Me reí sarcásticamente y con amargura.
    -         Querido Romeo, una vez más te equivocas. Habíamos reservado para mañana una habitación y creo que podrás imaginar lo importante que era para mí. Hoy cuando he ido a su casa, lo he encontrado en la cama con su ex. Siento estropearte el drama, pero creo que el mío gana por goleada.
    -         Lo siento.
    -         No lo hagas. Solo se ha demostrado lo que ya intuía. He dejado escapar a una persona increíble – le mire significativamente – por un imbécil que no podía hacerme feliz. Contéstame a una cosa. A quién has querido más, ¿a mí o a ella?
    -         … Sabes que  ti.
    -         ¿Te sigo atrayendo lo suficiente como para tener una aventura conmigo?
    -         Qué pregunta más estúpida.
    -         ¿Tienes algo que hacer esta noche?
    -         No.
    -         Báñate conmigo y hazme el amor – musité.
    -         No estás en condiciones como para pedirme eso.
    -         Por favor… Siempre supe que serías tú. Siempre quise que fueras tú.
    El tabaco quedó olvidado, las botellas sin empezar, nosotros mojados, el chocolate desapareció poco a poco consiguiendo que nuestros besos fuesen más dulces que nunca, más irresistibles. Las sábanas acabaron arrugadas, nuestros cuerpos entrelazados en la cama, la noche fue eterna, las caricias prohibidas y en ese momento, en nuestro momento, después de dos años, volvieron a existir un nuestro, un Romeo y Julieta.

    Quise decirte al oído…
    Quise llorar por lo que fue.
    Quise enhebrar nuestros hilos por última vez,
    y que la noche, nos llevase a aquel ayer…


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